Desde un principio, ya prometía. Letras fucsias, el óleo de un colacao con galletas de Pepe Baena y una premisa: una asesina a sueldo que mata ancianas -casi siempre, llenas de vida- para pagarle el psiquiátrico a la suicida vocacional de su madre -casi siempre sedienta de muerte-. Un momento de ternura y de piedad (Irene Cuevas, con edición de Reservoir Books) se antojaba costumbrista y punki, tremendamente divertido y melancólico, un cóctel de placer y culpa, como ligar en un tanatorio o quemar tus regalos de cumpleaños. Su lectura ha sido un caramelo estimulante -o más bien unas bravas ardiendo en la boca, con un poco de chocolate amargo después, y el dulzor de un chupito que arde en el estómago-. Una estupenda forma de comenzar el año.
Nos encontramos con personajes que no son lo que parecen. Una asesina tierna y traumatizada, lista como el hambre, que se vuelve fuego delante de las mujeres, que mata con dulzura y pelea contra la eterna pulsión de muerte de su progenitora. Hay hijos tristes que pretenden acabar con sus madres. Señoras que mienten mucho y bien. Pacientes que sueñan con la muerte dulce de un escape de gas. Compradores de lápidas llorones. El fantasma de las exnovias. Agudeza infantil. Deseo lésbico a borbotones. Humor negro a paladas. Besos estrellados en el hipocampo. Vecinas cotillas. Amores escabrosos. ¿De verdad necesitas más para correr a por él?
Lo mejor de esta novela, fresca y explosiva, que no puedes parar de leer, es la voz de su protagonista. Una sicaria profesional a la que abrazarías hasta estrangularla, a la que entenderás en su pena, cuyos pecados perdonarás y justificarás y con la que te gustaría tomarte una birra. Todo cambiará cuando una de las abuelas a la que le encargan asesinar le robe el corazón. Teniendo en cuenta aquello que se dice -tan cierto- de que «lo más opuesto a la muerte es el deseo», comprenderás que la juerga esté servida.
Cuando comes picante, no son tus papilas gustativas quienes lo perciben, sino los receptores del dolor de tu cerebro. Pero con el ardor y la quemazón viene el placer, la liberación, porque también segregas hormonas de la felicidad que funcionan como analgésicos. Los opiáceos de tu cuerpo. Un momento de ternura y de piedad te sentará como meterte un puñado de jalapeños de la boca: arderás y te engancharás. El dolor y el placer de la mano. Simplemente, no podrás dejar de comer. No podrás dejar de mirar.