Somos hijas de nuestro tiempo (y también de nuestro lugar, qué duda cabe). Con la rara, necesaria y tiernísima Pipas (Pepitas de calabaza) Esther L. Calderón hibrida novela, coletazos autobiográficos y ensayo para bucear en la identidad de una generación entera: la de los nacidos a comienzos de los ochenta, los que se criaron sin Internet, los nietos de los abuelos que se deslomaban en la fábrica y en la mina, los desclasados, los que se fueron a Madrid a cazar un sueño, los que devoraban pipas crac crac crac crac los viernes por la tarde en un banco del parque, que nunca era un banco cualquiera, sino su banco. O nuestro banco. Seguro que si ya soplaste treinta velas en la tarta, tú también tenías el tuyo.
Ni que decir tiene lo esencial que es ese último verano antes de saltar al vacío universitario -coger los bártulos y componer un garabato de persona adulta en otras calles, en otros bares, lejos de las voces de nuestros padres y de los espíritus de nuestras familias- a la hora de formar la personalidad. Esther L. Calderón dibuja un pueblo de la periferia industrial de los noventa en el norte de España. Su protagonista se quiebra y se levanta con los primeros amores, la ilusión efervescente de la capital en sus entrañas, la poderosa vocación de la escritura, esos amigos que luego arraigaron su semilla en el pueblo natal, o volaron como dientes de león, pero que siguen amarrados al corazón -esos amigos en los que una generación entera pensamos cuando escuchamos la canción de Amaral-, la sacudida del deseo que turba y lo empapa todo cuando tienes 17 años. Los dulces -o tal vez mejor, agridulces- años de adolescencia.
No hay nada más inolvidable que ese año, que ese último coletazo de infancia desterrada, de niños descompuestos, para saber quién eres. Crece dentro de ti un animalito dormido que comprenderás mejor cuando tengas 30, 40, 50. Dale de comer, aprende de su fuego, escucha su voz impertinente,, recuerda, como en este libro, qué cosas podía enseñarte tu abuela con una gallina y varios huevos. Algo tiene que morir siempre para que la vida siga creciendo.
Pipas se hace preguntas muy valiosas -no todas con respuesta, pero sí con reflexiones que son joyas para desentrañar nuestra historia- sobre cómo incidió en nosotros el estado del bienestar yéndose al garete, la desindustrialización, las drogas que dejaron miles de familias amputadas, la torpeza emocional de los mayores, su empuje a que fuésemos alguien en la gran ciudad, donde algunos solo se acabaron muriendo de frío. Y también te saca una sonrisa de lado: qué bien nos conocen nuestros amigos, ¿qué sería de mí si hubiese tomado una curva diferente? ¿Quién soy yo de vuelta a la casa de mis padres, lejos del ruido?
Pipas es una novela sobre todo lo importante: el arrebato, el impulso, la búsqueda, la pandilla, el verano, la juventud, el amor. Las cosas invisibles que nos hacen ser quien somos. Tres hurras por Esther.