Buscavidas al borde de un ataque de nervios | Reseña de La invitada de Emma Cline

Reseña de La invitada de Emma Cline

Yo soy muy mía, yo me transformo
Una mariposa, yo me transformo
Makeup de drag queen, yo me transformo
Lluvia de estrellas, yo me transformo

Rosalía

El camuflaje de los camaleones y sus sutiles cambios de color les permiten mimetizarse con su entorno y pasar desapercibidos, casi incrustados a las hojas o a los árboles, a salvo de la vista de los depredadores. Los diminutos renacuajos buscan rápidamente al crecer otra fuente de agua, una vez superan el tamaño del saco que los albergó al nacer. Por su lado, los murciélagos emergen al anochecer para alimentarse de insectos que localizan en total oscuridad -o de sangre-. No es una clase rápida de biología, sino algunos de los rasgos que podría tener, si de un animal se tratase, la protagonista de La invitada (Anagrama), la nueva novela de la ácida y prodigiosa Emma Cline, que sacudió el cosmos literario con su brillante debut, en el que miró desde un ángulo trepidante y melancólico a la tribu femenina de la escalofriante familia Manson. Aquello fue la formidable Las chicas, uno de mis libros preferidos.

Y ahora, con otros dos libros por en medio -una nouvelle y una recopilación de relatos-, su nueva novela es un thriller más tenso que la cuerda de una guitarra, hipnótica y adictiva como la droga que acecha en las amapolas, acerca de una chica que vive a toda pastilla y se busca la vida como nadie, gracias a su innata capacidad de leer las emociones y deseos de los demás. Una chica algo insondable, con angustias adormiladas por calmantes, apetencias burbujeando todo el rato, moral anfibia y una increíble destreza corporal y psicológica para mimetizarse, colarse, deslizarse, sobrevivir. Con una indolencia casi punki, un chute de anestesia que pone al lector en vilo.

Sucede que Alex, nuestra protagonista, vive con un adinerado amante que rebasa la cincuentena, pero un error la pondrá de patitas en la calle, en el extraño final de verano por una Long Island lujosa y semidesierta, entre familias adineradas, niñatos pijos atravesados por el trauma, perros perdidos y hombres hechizados por su presencia. En su periplo para escapar de los turbulentos fantasmas del pasado, sortear la persecución de una expareja violenta, buscar cobijo, un trago y cama, y recuperar el amor de Simon, cobra una importancia enorme el agua: el mar salvaje que puede arrastrarla en una de esas playas frecuentadas por veraneantes forrados, las narcóticas piscinas de los hoteles de cinco estrellas, las duchas rápidas en gasolineras nocturnas. Como el agua, nuestra protagonista sigue su curso: fluye, resbala, envuelve a otras criaturas, se evapora, se calienta, se enfría, se escurre y desaparece. Siempre se transforma. Y gracias a este trance acuático, a esa tensión constante -con la sensación inexplicable de que algo terrible está a punto de pasar en una bochornosa tarde de agosto- permanecerás en vilo todas y cada una de sus páginas. Y te enamorarás de esta novela, que consagra a Emma Cline como una autora imprescindible que hace magia con el lenguaje y lleva a cabo una resonancia magnética de los rincones más ambiguos de la mente humana.

Imagen de portada | Bernd 📷 Dittrich/Unsplash

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