Niños rotos y dioses ciclados | Reseña de Dinosaurio de Mr. Perfumme

Niños rotos y dioses ciclados | Reseña de Dinosaurio de Mr. Perfumme

Si nunca cuentas lo que te pasa por dentro se te hace bola y se convierte en basura y en alquitrán como el que salió del río y enfermó a los peces y los pájaros

Dinosaurio

Decía Jesucristo aquello de «la verdad os hará libres». No siempre es así. La verdad puede volverte loco, encerrarte, consumirte y marchitarte. Y lo más importante, ¿quién la tiene? ¿Los textos sagrados? ¿El brillo hipnótico de la televisión? ¿La familia y sus grilletes? ¿La iluminación de las sectas? ¿Las instituciones médicas? ¿Los líderes del mañana, con bíceps estratosféricos, batidos de proteína y consignas abrumadoras?

He aquí un nuevo libro, siempre inquietante, punki y devastador, pero esta vez más sintético, más misterioso, más elevado, de David Pascual, aka Mr Perfumme. Nuestro genio valenciano. Después de maravillas como Saber matar, Transirak o Gordo de porcelanaDinosaurio -publicado por Colectivo Bruxista con genial portada de Beatroz Lobo y epílogo de lujo de Elaine Vilar Madruga- llega para fundirte los plomos del cerebro y atravesar como una estaca tu corazón con muchas preguntas y pocas respuestas. Hay un niño que quiere matar a hostias a su hermano -un sombrío Caín en busca de la liberación de la hipermusculación-, una familia que come patatas crudas, espera al apocalipsis y rinde culto a la tortuga ninja Donatello, un reality inquietante, un hombre mayor que vive aislado en el bosque como un animal salvaje, una institución –ellos– que promete salvar –¿a cambio de qué?-, un cuerpo boca abajo, un silencio que pesa, una línea temporal insondable que pueden ser varias superpuestas. En medio, muchos espacios en blanco, un monólogo interior agobiante, cadáveres que flotan, un planeta situado en sabe dios qué agujero del futuro cercano, sexo -¿o pederastia?-, una turbomix de ternura, rabia, culpa y violencia, rutinas obsesivas, hombres fitt, hacer el roma, sorber sopa con las uñas negras, sentirse aterrado por la casa y atraído por el bosque -o a la inversa-, palabras prohibidas, dudas cósmicas, un cielo lleno de niños-fantasma.

Dinosaurio es novela, pero también genial artefacto literario, lúgubre, fosforito y aterrador como la propia infancia, como el fondo de un salón de recreativo de extrarradio en los noventa, como los bosques radioactivos que respirarán cuando la humanidad colapse. Como el descubrimiento prohibido del sexo, como los altares lóbregos de las capillas de montaña, como la sombra de los padres en la propia psique, como tu primer muerto y tu último orgasmo, como el escalofrío al apagar la luz.

Es tan imposible hablar de este libro sin hacer espóiler como hacer espóiler de un rompecabezas que no se llega a comprender del todo, pero que fermenta en tu cabeza como esos vasitos de yogur con lentejas que contemplabas cada día, inquieta, después del colegio. Dinosaurio es eso: una semilla, un comecocos de papel, los negativos del viaje delirante de un protagonista entrañable en un mundo absurdo. Si eres como yo, volverás atrás, como si estuvieses jugando a serpientes y escaleras. ¿Es lo que yo creo que es?, ¿es Dinosaurio quien creo que es?, te preguntarás, un poco ojiplática.

Para mí, Dinosaurio va de muchas cosas: de la crueldad y de la ternura, del culto al cuerpo y la podredumbre del espíritu, del precio del descubrimiento, del yugo de la familia, de la disociación y de la pérdida, de morder la manzana o quedarse a oscuras, esperando a los jinetes del apocalipsis. Pero es, sobre todo, un libro acerca de la infancia y del daño, y de cómo el daño modela a las personas, saca a la superficie a los monstruos, estropea la memoria y cierra los candados de las casas. El resto de los secretos solamente los sabe David Pascual.

Imagen de portada | Jaione Cia/Flickr

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