Por la ternura. Por la desesperanza. Por quien te limpia la bilis, por quien se levanta de otro día malo. Por los que se marchan y por los que se quedan. Por los tejados grises, por el rayito de luz que brilla por debajo la carne, por los mismos pecados perdonados mil veces, por soñar con ser otros en cualquier otra parte, por los cuerpos cansados y las sonrisas cómplices, por sacudirse el insulto, por el flequillo bien alto. Por Agnes. Por Shuggie.
Historia de Shuggie Bain, editado en España por Sexto Piso, es una historia dura y entrañable, fosforita pese a la pesadumbre, tierna y estremecedora hasta la médula. Douglas Stuart cuenta como nadie el lazo entre Agnes y su hijo Shuggie en el agonizante Glasgow de los 80, donde la pobreza campa, la gente está azulada y triste, los hígados se desbordan y la industria se pudre.
Ella pelea contra los bofetones de la vida: el alcoholismo, la mala fortuna, la falta de dinero y las infidelidades de su marido, mientras sueña con una vida mejor. Él, a su corta edad, intenta desentrañar las carcajadas que desencadena su pluma, descubrir qué demonios es eso de ser un niño normal y sortear la miseria sin soltar la mano de su madre. Aprendiendo a vivir por un mundo descarrilado de inviernos gélidos, miradas afiladas, neveras vacías y latas de cervezas escondidas esperando el próximo chasquido.
Ganadora del prestigioso Booker en 2020, esta Historia de Shuggie Bain te robará el corazón y lo meterá en un candil para que puedas recuperar su latido cuando abras la novela por las noches. Ni el frío salvaje ni los vómitos ni los abandonos ni los escupitajos ni la incomprensión ajena ni la maldad humana son capaces de detener a este pequeño gran hombrecito intentando salvar a la indomable Agnes de las garras de la pena, la soledad y la bebida.
Es una historia de supervivencia, de retortijones y de adicción, pero también de complicidad, sarcasmo y valentía. De desafiar a las calles con una permanente bien puesta, de amistades inéditas, de una compasión tan pura y tan honda que nos mataría a todos si se tratase de una droga.
«La vida puede ser corta, pero es eterna» dijo Leah Hager Cohen de The New York Times Book Review tras leer este libro. Y es cierto: la dureza de esos días de hambre y tragos se queda instalada bajo la epidermis como la piel de un anfibio, hay sabores de natillas que duran en la boca para el resto de los días, y abrazos que detienen, en una fracción de segundo, ese mundo vasto y loco que pase lo que pase siempre sigue girando.
Imagen de portada | Vitolda Klein on Unsplash