Las distancias apartan las ciudades
José Alfredo Jimenez
Las ciudades destruyen las costumbres
La noche que terminé Vertedero, esas tres historias como dardos en la garganta de la mano de Raúl Quirós Molina y publicadas por la editorial Dieciséis, tuve pesadillas. Me desperté con una extraña sensación de violencia en el cuerpo, como si algún fantasma cargado de terrores ancestrales me hubiese amoratado por debajo de las sábanas, o un ratón estuviese haciendo círculos en el pecho, aturdido, buscando salir de sabe dios qué laberinto.
Vertedero es una sacudida que interpela desde distintas posiciones tanto a lectoras como a lectores. Sus historias están surcadas de obsesiones que crecen en la psique como tumores, deseos alucinatorios, ansia de ser amados y a la vez, la dificultad del compromiso en un mundo rápido, donde solo quedan las canciones o ni eso, los trenes viajan deprisa y casi no hay tiempo para respirar.
Además de sus interesantes estructuras, que van desde el monólogo interior a episodios titulados por perlas del indie o una composición casi puramente teatral -que dan buena cuenta de la habilidad como dramaturgo de su autor-, los escenarios son importantes en las vidas tanto interiores como exteriores de los personajes.
Y es que Vertedero muestra las ciudades de hoy en día como pozos de soledad, precariedad y miseria, donde bailar, besar y olvidar en cualquier garito pero también enloquecer y apechugar, escapar y perseguir. Si es cierto eso de que Dios aprieta pero no ahoga, en el siglo XXI la soga está bastante tirante.
A lo largo de tres pequeñas novelas o extensos relatos, como se les quiera llamar, Raúl Quirós se escapa de lo maniqueo y desnuda hasta la náusea a un tipo de hombre de hoy en día, atravesado por la posesión enfermiza, la hipersexualidad, las relaciones vaporosas, la luz de gas o esa misoginia disfrazada de compadreo, de guiño, de codazo. Sus diálogos, pensamientos y vivencias están rodeados por un tejido asfixiante, por esa membrana viscosa de asfalto y antenas parabólicas, por la incomprensión ajena, el desamparo, la perpetua sensación de desconexión, el alcohol como anestesia, un existencialismo guarro, pesado, metálico como las colillas del día después fermentándose en el cenicero. El machismo que no desaparece, que crece como una serpiente dentro de muchos, que a veces explota y otras se macera, pero siempre envenena.
Más que una sacudida, este libro es un cabezazo. O una patada en la boca del estómago, un viaje espectral por las mentes de quienes te pondrán los pelos de punta. En la entrevista concedida a su editorial, Raúl Quirós decía que Vertedero “ojalá algún día sea un libro de ciencia ficción”. Ojalá.
Imagen de portada |ngelines/Flickr