Petirrojo, brasa y pena | Reseña de Leña menuda de Marta Barrio

Leña menuda de Marta Barrio

Los japoneses practican el kintsugi, una curiosa técnica artesanal que recompone los trozos de un objeto de cerámica cubriendo sus costuras con polvo de oro, haciendo cada pieza más valiosa que antes de hacerse añicos. Con el paso de la vida, también las personas debemos rellenar, bien de dorado o de óxido, o de plastilina, o de lo que encontremos por el camino, las cicatrices que resquebrajan nuestras costuras, y con un pie detrás de otro, seguir el camino. De un viaje punzante, irreversible, trata Leña menuda de la autora Marta Barrio, la nueva ganadora del Premio Tusquets Editores de Novela 2021, una novela que escarba donde pocas lo han hecho, que mira a los ojos al vacío, enhebrando en su aguja dolores abisales que desde el principio de los siglos no tienen nombre en el diccionario.

Una mujer al comienzo de la treintena se queda embarazada. Su hijo comienza siendo tan pequeño como una semilla de amapola, crece hasta ser una ciruela o un colibrí a comienzos del otoño y aspira a convertirse en calabaza o cordero antes de bajar al mundo, al ajetreo de las ciudades y las luces, de la cotidianeidad y la extrañeza, de las facturas y los líos. Le llaman X, flota todavía ante el umbral de la existencia, escucha las nanas desde el útero. Todavía podría escurrirse hacia la nada como un niño de agua. En japonés los llaman mizukos.

Leña menuda de Marta Barrio

Leña menuda está escrita desde la sombra, valiente y áspera, oscura y densa. Sigue cavando, recorre los tejidos, llega a la médula. Huele a azufre, a sangre metálica, a bosque, a brasa, a pena. Escuece como un cuchillo, y aproxima nuestro pecho a un duelo inimaginable. Dentro, la supervivencia aletea como un pájaro haciendo toc toc desde la caja torácica, dando pequeños picotazos en las costillas. ¿Sigues ahí? ¿Me das algo de comer?

De un lado el oscurantismo religioso, la culpa que apesta a sotanas y a murmullos. Del otro, la frialdad aséptica de la burocracia médica, la blancura anónima de un hospital. Un pasaporte hacia la nada. En medio, los sorbos de cerveza, la distancia, la soledad de las esperas, los cuerpos que se sienten ajenos a la vida, como Frankenstein, el mundo incomprensible. A lo sutil y lo profundo, esa sensación que desborda la comprensión humana los japoneses lo llaman Yūgen.

Leña menuda es un gran regalo literario, una pesadilla estremecedora que a la vez deja un extraño poso de serenidad en los acompañantes de sus líneas. Llevaremos su imagen grabada en el nervio óptico, dormiremos en sus hojas como en la cama de un faquir, y nos quedaremos a su petirrojo y el olor a humo pegado a las suelas, como en Domingo de Resurrección.

Portada | Lucas Pezeta en Pexels

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